El presente artículo se centra en el análisis del binomio comunicación-desarrollo, desde lo que la historia nos ha mostrado como sus posibles relaciones, las mismas que se vienen manteniendo por más 70 años y, sobre la cual, se han escrito y se siguen escribiendo toneladas de libros, evidenciando así, la gran complejidad de una relación que ha seguido un itinerario de parentescos no resueltos en la teoría y de experiencias más intuitivas que sistemáticas, en la práctica.
La historia nos ha demostrado que cada sistema social genera, aunque no siempre de forma automática, ni de manera inmediata, un modelo-paradigma de comunicación propio, el mismo que, a su vez, define sus propios códigos, impone sus propias normas, construye su propio lenguaje, organiza a su manera los medios de comunicación existentes, crea otros nuevos, da origen a un sin número de nuevos escenarios en los cuales se desarrollan también, un sin número de nuevos diálogos y monólogos, asigna nuevos roles para los diferentes actores (antiguos y nuevos), produce rupturas, genera nuevas relaciones de poder, etc.; en definitiva, cada modelo teórico de comunicación impregna a la práctica comunicativa y a la cultura, con sus propios colores, demostrándose así que lo comunicativo es una dimensión esencial de la vida y de las relaciones humanas. Sin embargo, esta relación es también inversa; es decir, la propia praxis social y cultural va construyendo nuevas relaciones comunicativas, que a su vez, van definiendo nuevos modos de ser.
Basta un par de ejemplos para ilustrar esta afirmación: La segunda mitad del siglo XIX y las tres primeras cuartas partes del siglo XX se caracterizaron, entre otros aspectos, por la invención acelerada de tecnologías que propiciaron nuevas formas de comunicación las que, a su vez, dieron lugar a importantes transformaciones sociales, tales como la expansión y consolidación del capitalismo financiero, el surgimiento de las grandes empresas transnacionales –en particular la gran industria de la opinión pública y del entretenimiento– y el establecimiento de un paradigma de desarrollo centrado en la fuerza motora de la masa, esto es, para una sociedad de masas, un modelo de la comunicación también de masas, con tecnologías mediáticas apropiadas para alcanzar tales utopías (radio, cine, periódicos y televisión y el relativamente recién aparecida Internet, como las más influyentes). Así es, el surgimiento de una cultura de masas, determinada por los modos de producción industrial, definió, entre otros factores, una nueva forma de construir lo social, de percibir la realidad y de interactuar con ella; de construir y de-construir identidades individuales y colectivas. Esta relación causal entre modelo social y sistema de comunicación se hace así evidente; es decir, más allá de las características específicas de esta relación, lo cierto es que la sociedad de masas generó su propio sistema de comunicación funcional a los paradigmas y utopías surgidas en su seno.
Del mismo modo, durante la guerra fría, el mundo bipolar (este-oeste) reflejó sus profundas contradicciones en el marco de su propio sistema –bipolar también– de comunicación. Nunca antes como entonces, el mundo se enfrentaba a la necesidad de ampliar tan estrecha visión de su historia. Desde comienzos de la década del setenta, los fuertes cuestionamientos provenientes del llamado Tercer Mundo a la comprensión de un mundo dividido entre dos polos hegemónicos, generaron un profundo, acalorado y sostenido proceso de discusión acerca del evidente desequilibrio informativo entre los países auto-denominados “desarrollados”; y los otros, llamados países “en desarrollo”. Así, la afrenta de los Países no Alineados (1973) llamada Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), en la búsqueda de su propia coherencia, propuso, en primera instancia, el Nuevo Orden Informativo Internacional (NOII) que, en su segunda fase –de mayor madurez–, se transformó en el Nuevo Orden Mundial para la Información y las Comunicaciones (NOMIC), confirmando así, una vez más, la relación existente entre los sistemas de organización social y los sistemas de comunicación.
Pues bien, ahora situémonos en aquel 20 de enero de 1949, día en el que Truman se hizo cargo del gobierno de los Estados Unidos de Norte América y hacía suyo el discurso del “desarrollo- subdesarrollo”. Ese día, no sólo Estados Unidos se proclamaba como el deber ser del desarrollo, sino que también, millones de seres humanos se volvieron automáticamente en subdesarrollados para ese polo hegemónico. Con el discurso de investidura del nuevo presidente, una nueva forma de percibirse a sí mismos, de comprender las relaciones de poder y la cultura, quedó establecida en las mentes de esos miles de millones de hombres y mujeres que no tuvieron la oportunidad de expresar sus puntos de vista sobre el modelo que se les estaba imponiendo. En ese contexto, una vez más, vuelve a surgir la relación directa (modelo de organización social – modelo de comunicación); dicho de otro modo, para un modelo de sociedad centrado en el paradigma del desarrollo fue necesario articular un modelo de comunicación centrado también en el paradigma del desarrollo, así surge lo que hoy, algunos, siguen llamando “Comunicación para el Desarrollo”.
Entonces, ¿comunicación para qué?
La comunicación tiene un fin en sí misma. Una sociedad que no se comunica muere. La comunicación es el eje que articula las transformaciones sociales; los modos de ser de una sociedad; la cultura, en suma. El drama actual de América Latina consiste en que se ha enraizado un modelo de desarrollo que iguala el tener con el ser. Tal vez dos de los recursos para salir de la crisis sean profundizar críticamente en nuestra memoria e imaginar nuevas relaciones sociales, inventar otras formas acordes con el estilo de cada pueblo, de participar y decidir en la política, de comprenderla y cambiarla.
El siglo XXI nos enfrentará a nuevos desafíos. Más allá de las desigualdades heredadas por un sistema injusto, y de la abundante cantidad de datos acumulados que nos muestran el incremento histórico de la brecha entre ricos y pobres, se encuentra una verdad insoslayable: nuestros países están perdiendo la capacidad para imaginar y construir sociedades felices. Recobrar esa capacidad, exigirá de todos nosotros un enorme esfuerzo y creatividad. Sobre todo, deberemos ser capaces de romper con las estructuras mentales que nos han atado a una concepción instrumental de la comunicación, para colocarla nuevamente en el centro (fin último) de nuestras preocupaciones y de nuestra práctica social. Para lograr tal propósito, es necesario re-encontrarnos con nosotros mismos y con los demás, poniendo en acción un profundo sentido crítico que trascienda en una propuesta de sociedad más humana, puesto que, como dice Esteinou (2000), “de nada sirve intentar corregir los pies económicos, los brazos tecnológicos, las manos laborales, el estómago agropecuario, los pulmones ecológicos del país, etc.; si no se modifica el alma mental que da vida a nuestra sociedad, pues el cuerpo, tarde o temprano, se volverá a desmoronar y cada vez mas con mayor profundidad”.
Más allá de discursos y de buenas intenciones, hay una realidad que se impone en nuestros países: millones de seres humanos están quedando marginados de los llamados avances del progreso universal, de las posibilidades de expresar sus acuerdos y desacuerdos, y de participar (con real capacidad de transformación) en la “vida política”. En respuesta a tales limitaciones, comienza a surgir una suerte de entramado social trans-local, trans-nacional y trans-cultural, que busca satisfacer las necesidades económicas básicas, preservar las tradiciones locales, la vida religiosa, la vida cultural, las especies biológicas y otros tesoros del mundo natural y luchar por la dignidad humana. Y es que de lo que se trata, es de re-inventar la democracia desde abajo, “donde el poder no se ejerza en vertical, sino en horizontal. Una forma de pensar en un mundo-hogar donde quepan todos, padre y madre, abuelo, hijo y nieto, sea rasta o nórdico, africano o americano, cristiano, budista o musulmán, elefante o mariposa, pez o pájaro, animal o vegetal” (Roma, 2001:316-317).
Se trata, por tanto, de poner en valor a la comunicación como una cuestión de cultura, de sujetos y de actores, abandonando aquellas posturas que la replegaron a un espacio simplemente instrumental. Se trata de potenciarla como espacio de interpelación y negociación de conflictos. Un lugar estratégico desde el cual pensar y re-pensar la sociedad, como un espacio de diálogo y de construcción, en definitiva.
Vinculaciones que se han venido ejerciendo en la práctica desarrollista
En los últimos 25 años, el binomio comunicación-desarrollo ha hecho importantes contribuciones en el proceso de mejora de las condiciones de vida de la población. En este tiempo, las relaciones de este binomio han evolucionado positivamente desde relaciones instrumentales, verticales y asistencialistas (basadas en modelos psicosociales conductistas), a una concepción horizontal, dialógica y participativa, donde el protagonismo de la población es cada vez más importante. Esta evolución ha generado nuevos desafíos a los comunicadores sociales quienes, necesariamente, han debido redefinir su rol: desde uno en el que el comunicador define lo que el “público objetivo” debe sentir, pensar y/o hacer, a otro en el cual el comunicador se constituye en un mediador – facilitador de un proceso democrático de expresión social que apunta al mejoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones.
En este ámbito, la praxis nos ha demostrado que la relación comunicación y desarrollo carece de un contenido específico inscrito únicamente en la relación “pobreza-riqueza”. Los derechos humanos, la equidad, el respeto a las diferencias de género, culturales, generacionales y la participación democrática, entre otros, son ámbitos que si bien no han tenido su origen en el campo conceptual estricto del desarrollo, se vinculan de una forma tan estrecha con éste último, que, producto de esa vinculación, comienzan a surgir nuevos actores sociales y se comienza a generar un nuevo espacio de interrelaciones, caracterizado, principalmente, por una comprensión más amplia del desarrollo y de los procesos comunicacionales y culturales que se generan en torno a él.
Sin embargo, este importante avance en el campo conceptual, no ha ido acompañado en Bolivia por avances significativos en el campo de la implementación y ejecución de las acciones de comunicación en el marco de los proyectos de desarrollo. Numerosas son las experiencias que se han realizado en comunicación para el desarrollo, tanto a nivel macrosocial como a nivel microsocial en Bolivia. Desde algunas nacionales y masivas hasta aquellas que sólo abarcaron el ámbito regional, municipal, institucional y comunitario. Sin embargo, gran parte de ellas, cual más, cual menos, tuvieron su origen en una concepción instrumental y mediática de la comunicación que la considera como un anexo de los programas; es decir, como “una herramienta o instrumento en apoyo a…”. Tendencia, por cierto, sustentada sobre la base de una ideología que pone al “emisor” en el centro del acto comunicacional, reservándole al “receptor” el papel de “recipiente” de determinados mensajes.
En este marco, con frecuencia el “componente de comunicación” de un proyecto, consistía en realizar conferencias magistrales o charlas de capacitación dirigidas a la población, donde se utilizaba un lenguaje técnicista, unos pocos spots de televisión de muy baja factura técnica, que agradaban a los tomadores de decisiones, pero que proporcionaban poca información útil a la población, materiales impresos en los que predominaban los colores del partido político gobernante y una instrumentalización de la participación de la comunidad con el propósito de lograr determinados objetivos estratégicos que supuestamente apuntaban al desarrollo, pero que el llamado “público beneficiario” nunca participaba en su definición. Y es que la participación no es un instrumento para hacer más eficiente a un proyecto, ni puede ser considerada como una estrategia más de “intervención”, sino un derecho, una necesidad fundamental de las personas y de las comunidades.
En este contexto, se han ensayado, en la práctica programática y proyectiva, tres enfoques claramente diferenciados entre sí.
Enfoque 1: Existe una centralidad que se muestra desvinculada de la comunidad, como un agente externo. Este diagrama sirve para explicar la relación que tradicionalmente se ha venido construyendo en gran parte de los proyectos de desarrollo. Se trata de una centralidad (ONG, Estado, iglesias, alcaldías, etc.) cuya única fusión es la de prestar servicios a la comunidad. La información, el conocimiento, la experiencia, el análisis de problemas, las soluciones y las decisiones, entre otros muchos aspectos están contenidos en una centralidad con la que la comunidad no tiene prácticamente ninguna otra vinculación que no sea la de obtener determinado servicios. Desde el punto de vista de la comunicación, esta lógica responde también al modelo Emisor – Receptor; es decir, un sujeto de la comunicación, el emisor, que inductivamente (utilizando diversas estrategias conductistas: mercadeo social, IEC y otras), define los que el receptor (objeto de la comunicación), debe sentir, hacer o pensar respecto a un asunto determinado. Para este modelo, aspectos tales como la interculturalidad, la participación comunitaria e incluso la misma comunicación, son comprendidos nada más que como estrategias de intervención, herramientas de apoyo al logro de los objetivos de la centralidad. Es claro que este modelo, induce a establecer una comunicación de tipo vertical y ha comprender al desarrollo como un simple problema de oferta y demanda, donde la oferta proviene del que sabe, del moderno o del experto, y la demanda proviene del indígena, del atrasado o del marginal. Este modelo, paternalista y asistencialista por esencia, ha calado de tal modo en el imaginario colectivo no sólo de las instituciones, si no que también de la propia población, que se hace difícil trascender cuando no se han creado espacios de diálogo entre los diversos actores, tanto institucionales como comunitarios.
Enfoque 2: Un segundo enfoque coloca a la comunidad en la centralidad, haciendo esfuerzos de contacto con ella, propiciando algunos (esporádicos) puntos de encuentro. Para ello, se utilizan metodologías “participativas” tales como la movilización social y la planificación participativa, entre otras, e incorpora (coopta) a representantes de la comunidad como una estrategia para lograr mayor acercamiento a ella. Este modelo definitivamente es un avance importante respecto al primer diagrama, sin embargo, aún se siguen distinguiendo claramente, como dos elementos diferentes, aunque con algunos grados de diálogo, a la centralidad y a la comunidad. Este modelo ha generado a lo largo de su historia, un casi inevitable eclecticismo; es decir, se mezclan en él, el uso estratégico de metodologías participativas y horizontales, tales como la planificación participativa, con metodologías verticales y asistencialistas como el mercadeo social. En un modelo como éste, los aspectos ideológicos carecen de importancia: mientras, por un lado se piensa a la comunidad como sujetos, por otro, se la piensa como objeto.
Enfoque 3: Un tercer enfoque plantea un paradigma radicalmente distinto a los dos anteriores. Es aquello a lo que se dirige, como algo que se quiere alcanzar. En esta propuesta, los actores institucionales son un actor más de la comunidad que, junto con los otros actores, van constituyendo una red social que apunta a la construcción de una comunidad de acción. En este contexto, una ONG, por ejemplo, es un actor entre muchos otros, tales como las autoridades, las diferentes agrupaciones cívicas, sindicatos, instituciones formales e informales, educativas, iglesias, alcaldía, etc. En este ámbito, las relaciones interculturales, intergeneracionales, inter-genéricas e interinstitucionales, son comprendidas no como estrategias de intervención, sino como el sustento sobre el cual se crean y fortalecen las múltiples relaciones posibles. La comunicación acá no puede ser otra que la horizontal, dialógica y participativa. El viejo slogan “el desarrollo es un asunto de todos” cobra así real vigencia en la medida en que cada actor social es comprendido como un facilitador de procesos que apunten al diálogo y al consenso. Sin embargo, esta comunidad de acción hay que construirla, y para lograr ese cometido, el respeto al “otro” que es diverso y distinto a “mi”, es fundamental. El reconocimiento de las capacidades comunicativas de la comunidad, al igual que el reconocimiento de sus saberes, es imprescindible para lograr una comunicación horizontal. No se trata acá de denigrar a la comunicación mediática, sin embargo, el énfasis no está puesta en ella. La comunicación es entendida como un proceso continuo y no como una sumatoria de acciones, como un propiedad emergente, constitutiva y constituyente de la comunidad saludable y no como un apoyo instrumental. En este contexto, entonces, las capacidades comunicativas no se centran exclusivamente en una supuesta centralidad, sino que se comparten con los otros actores de la comunidad.
En esta lógica, los proyectos en sí mismos son escenarios de interacciones comunicativas. Se tratade construir puentes que unan la praxis comunicativa con el logro de las mejoras de las condiciones de vida y de éstas con el desarrollo. Se concibe al desarrollo “como un proceso que aumenta la libertad efectiva de quienes se benefician de él para llevar adelante cualquier actividad a la que atribuyen valor. En esta concepción del desarrollo, el mejoramiento económico y social está culturalmente condicionado, y es considerado como el fortalecimiento de las capacidades de las personas y del aumento de sus capacidades de elección y no sólo como la mera acumulación de productos materiales. Este enfoque coloca a la cultura tanto como a la creatividad de los individuos y los grupos sociales como un valor constructivo y constitutivo.
Entre los principales elementos que conforman esta propuesta, se pueden mencionar: a) un trabajo “en comunidad”; es decir, donde cada actor es entendido como parte constitutiva de la comunidad, b) un permanente diálogo intercultural de saberes, c) la prevalencia de una comunicación horizontal, dialógica y participativa, d) la reflexión permanente al interior del equipo implementador del proyecto y la facilitación de las capacidades reflexivas de la comunidad, e) el fortalecimiento de las capacidades interpelativas de la comunidad para el ejercicio de sus derechos, f) la revalorización del capital experiencial y técnico de la institución como condición de posibilidad para la sostenibilidad institucional en el campo de la comunicación, y, g) la flexibilidad metodológica a fin de adecuarse a los contextos específicos.
Cada enfoque metodológico define un modo de concebir las relaciones entre los diferentes actores sociales e institucionales que intervienen en un proceso de cambio. Así por ejemplo, dependerá del modo en que una institución conciba su rol respecto a un determinado proceso de cambio y del modo en que se piensa relacionar con los otros actores de éste; el tipo de metodologías que aplicará y el tipo de actividades que implementará para apoyar tal proceso. Por ejemplo; si una institución quiere lograr cambios de comportamiento en una población que considera su “público objetivo”, lo más seguro es que planteará realizar, entre otras actividades, una campaña de comunicación mediática, que tenga como propósito difundir información que induzca a la población tomar la decisión que la centralidad a definido previamente. Es decir, a un modo conductivista de conceptualizar el logro de los objetivos institucionales, corresponde, por tanto, un modo conductivista también (por tanto vertical), de concebir las actividades. Por el contrario, si el propósito de la institución es el de facilitar procesos de participación comunitaria, para que ésta ya no sea considerada el “objeto” de las intervenciones institucionales, sino “sujeto” de su propio desarrollo, la lógica vertical y conductivista ya no resulta apropiada para tal propósito. Por el contrario, metodologías y acciones que tiendan a facilitar dicha participación, serán las más apropiadas.